Volver al pueblo es el tema central de "El
Ciudadano ilustre", la nueva película de Cohn y Duprat. Con una sucesión
de gags y climas tensos, la historia del escritor ganador del Nóbel que regresa
al pago chico habla de las diferencias entre el hombre cosmopolita y sus ex
vecinos rústicos. Una incomodidad natural que contagia al espectador. Como
Batistuta en su vuelta a Reconquista o Mirtha Legrand a Villa Cañas, Martin Ale
sabe de qué se trata el reencuentro con los que se quedaron. Nació y creció en
San Manuel, entre 1.800 habitantes. Con esa experiencia vio la película y
reflexiona sobre volver.
Por Martín Ale
Salas existe. Según el censo 2010, tiene 234
habitantes, 27 habitantes menos que en el relevamiento de la década anterior.
Queda en el partido de Lincoln, al noroeste de la provincia de Buenos Aires.
Cumplió los 100 años hace poco. Estuvo el intendente del municipio, dio un
discurso rodeado de abanderados escolares. Lo imagino peronista o radical,
llevando las riendas de su gobierno con el estilo y la praxis de los
conservadores populares. En Salas, seguro, debe haber buenos chorizos secos.
Debe tener una estación de trenes abandonada o casi. Son muy poquitos en Salas,
muchos menos que los 1.800 de San Manuel, mi pueblo. Aun así, quizás tengan un
pintor local o algún paisano que se de maña con la talabartería. Debe tener un
médico, abogado o contador que sea la voz cantante de las fuerzas vivas del
pueblo. Debe haber algún chalet, decorado con muebles de algarrobo y alguna
cabeza de animal embalsamada amurada a una pared. En Salas se caza, se pesca,
se carnean vacas y chanchos. Y los perros duermen la siesta en las veredas, al
rayo del sol.
Ese Salas que imagino a partir de pocos datos
es mi San Manuel y es, también, un millar de pueblos bonaerenses. Ese Salas
tiene mucho del Salas que construyen con sabiduría los hermanos Gastón y Andrés
Duprat y Mariano Cohn en la película “El ciudadano ilustre”.
El protagonista del film es el escritor
argentino Daniel Mantovani, que consigue lo que no se le dio a Borges: el
Premio Nobel de Literatura. Mantovani es de Salas. Se fue después de terminar
la secundaria, hizo carrera como escritor, vive en Europa. Como muchos otros
creadores, su obra se alimenta de los recuerdos de la infancia y
adolescencia. Después de ser premiado por la academia sueca, Mantovani no pudo
escribir más. Conferencias, discursos, prólogos, sí. Pero su literatura dejó de
carburar. Por eso, y otras razones, de las mil invitaciones que recibe –y
rechaza- para viajar a presentar libros, ser jurado o dar charlas, acepta una.
Salas quiere homenajear a su hijo pródigo, nombrarlo ciudadano ilustre. Y el nobel
vuelve al pago.
Me gusta el cine argentino y vi todas las de
la dupla Cohn-Duprat: Yo presidente, El Artista, El hombre de al lado, Querida
voy a comprar cigarrillos y vuelvo, Living Stars. Los seguí en Televisión
Abierta y Cupido. Recuerdo con cariño Ciudad Abierta y el año pasado, cuando
iba a La Plata a visitar a mis hermanos, a veces poníamos el canal Digo. Soy
fan. Como soy fan de las películas de Carlos Sorín. Así que fui entusiasmado y
ansioso a ver “El ciudadano ilustre”.
Medio de rebote, conseguí una invitación para
una función especial en el Patio Bullrich el jueves 8 de septiembre a la
mañana. Era mi cumpleaños. No había mejor forma de empezar el día. Entré al
shopping diez en punto, bien atento para ver si había algún famoso. Era muy
temprano, no había mucha gente, los locales recién abrían. En la antesala vi
las primeras caras conocidas: el periodista y crítico Osvaldo Quiroga, Fanny
Mandelbaum, el conductor de Canal 13 Mario Massacessi, Graciela Fernández
Meijide, sí, y no alcancé a ver bien, pero estoy seguro de que en una butaca
estaba Román Lejtman. Después entraron más, pero la sala ya estaba
oscura.
En su regreso a Salas, las cosas no salen
como Mantovani las debe haber imaginado. Oscar Martínez la descose
interpretando al escritor. La película hace una parábola del paseo celebratorio
inicial en el camión de los bomberos a la recorrida nocturna en la caja de la
camioneta que maneja su amigo de la infancia, interpretado por Dady Brieva. La
trama crece en tensión y oscuridad a medida que pasan los minutos, sin
abandonar el humor. Los gags se alternan con escenas que interpelan e incomodan
al espectador. “Tratamos de retratar a nuestros personajes sin opinar y muchas
veces generando escenarios incómodos en los que no estás seguro de si da para
reírse, si están hablando de vos o del que tenés al lado”, dijo hace poco
Mariano Cohn en una entrevista. Y lo logran. De a ratos, uno puede
identificarse con el escritor, de a ratos con su amigo, con la mujer del amigo
y exnovia de Mantovani (interpretada por Andrea Frigerio).
Leí todas las críticas. Algunas hablan de
cierto cinismo en la mirada de los directores. Otros de ironía. Otros de trazo
grueso en la pintura de algunos personajes y escenas. Puede haber de todo un
poco. Lo que hay es una mirada precisa sobre los personajes de un pueblo. A
todos, los principales y los secundarios (es una genialidad el empleado de
maestranza de la municipalidad, cuya única función, al menos en la escena que
aparece, es anunciar que el intendente está por salir de su despacho) puedo
verlos. Los conozco. Los veo caminando por San Manuel y otra veintena de
pueblitos similares. Son cándidos, amables, abúlicos, machistas, brutales. Son
más que verosímiles. Son reales. Como diría Rodolfo Walsh: sus ideas son
enteramente comunes, las ideas de la gente de pueblo, por lo general acertadas
con respecto a las cosas concretas y tangibles, nebulosas o arbitrarias en
otros terrenos.
La película tiene grandes escenas, con
diálogos que repetiré en algunos asados con amigos, pero para no spoilear
demasiado elijo solo una, que condensa buena parte del universo Cohn-Duprat.
Mantovani participa de algunas actividades en el pueblo en carácter de
ciudadano ilustre. Una de ellas es ser jurado de un concurso de pintura.
Imaginen los cuadros pintados por los vecinos: desde el Papa Francisco hasta un
chorizo cortado sobre una tabla. La selección hecha por Mantovani y otros
jurados deja afuera a todos los cuadros de la asociación de artistas plásticos
de Salas. En la plaza del pueblo, sentados en una escalinata, el intendente
(interpretado por Manuel Vicente) habla con el escritor. Le dice que la
selección hecha puede traerle problemas. "Vos te vas mañana, pero yo los tengo
que ver todos los días", le dice el intendente. Y le pide una gauchada: incluir
otros cuadros en los finalistas. "Para que tengamos una fiesta en paz", le dice. "Típico intendente peronista", pueden decir. Y no. No es peronismo. O sí. Y
también puede ser radical. O del PRO. Un conservador popular. No es trazo
grueso, no es estereotipo. Hay realidad ahí y es más compleja de lo que parece.
Con el paso de las horas, Mantovani, el
escritor, se vuelve, al mismo tiempo, parte del paisaje del pueblo y un objeto
extraño en sus calles. A las charlas que da asisten cada vez menos vecinos. Le
aparece un enemigo que irrumpe en las actividades del escritor a pura puteadas
y amenazas. El clima se pone denso. Puede haber piñas. Puede haber tiros. Hace
tres años, en Lobería, una ciudad de 10 mil habitantes y cabecera del municipio
al que pertenece San Manuel, un empleado municipal asesinó al intendente. Le
dio tres balazos y lo remató con un hachazo. En el Salas de la película, la
desgracia se huele en el aire.
“Es una idea que siempre nos gustó; el tema
del exitoso, del que se vuelve prestigioso en el mundo y vuelve a su pueblo, y
al que el pueblo a su regreso lo repudia”, contaron los directores. Hace unos
años fui a trabajar medio día a Reconquista, provincia de Santa Fe. Mientras
esperábamos el inicio de un acto, charlábamos con unos vecinos. Les pregunte
por el hombre de Reconquista más famoso: Batistuta. Me miraron raro y me
contaron una historia. Hacía unos años, un grupo de vecinos le pidió al Bati
una mano para terminar el asfaltado de una calle circunvalación que había
quedado a medio terminar. Bati les dijo que plata no, pero que podía organizar
un partido a beneficio con otros jugadores famosos. Por la tarde me contaron de
nuevo la misma historia. El pueblo espera todo de su hijo pródigo. Todo es
todo.
Le pasó a Mirtha Legrand en su querido Villa
Cañás. En los ’80, el pueblo organizó un fiestón. Viajó hasta el presidente de
la Nación. Ese día, Mirtha no pudo subir al palco de honor por su
enfrentamiento con Alfonsín. Diluvió y todo el predio se convirtió en un
lodasal. Los pollos que sirvieron estaban empapados. Es un guion. O una
crónica. La contó Pipo Piacentini, cronista y
vecino cañense, en Anfibia. Los vecinos siempre se quedan con sabor a poco cuando le
piden donaciones a la diva de la TV: una vez les mandó cajones de lechuga, otra
vuelta computadoras incompletas. Quizás Mirtha no debió volver nunca a Cañás.
Como Mantovani a Salas. ¿A qué volvió Mantovani? ¿A reencontrarse con el
pasado? ¿A cerrar cuentas pendientes? ¿A buscar combustible para su literatura
agotada? A medida que la película avanza, la pregunta que subyace en la mirada
de cada vecino que se cruza con el escritor es esa: ¿Para qué volviste, Mantovani?
[Fuente: www.revistaanfibia.com]
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