segunda-feira, 1 de maio de 2017

Maneras de recuperar la capacidad de asombro


Escrito por VIRGINIA MENDOZA

«Lo menos que podemos hacer es estar ahí», escribe Annie Dillard. ¿Dónde? Exactamente, donde ocurre la belleza. La escritora estadounidense siempre está ahí. Las observaciones y anotaciones que recoge en Una temporada en Tinker Creek son puro deleite y se han convertido en emblema de la mejor nature writing.
Dillard puede quedarse mirando el salto de una rana y dedicar varias páginas a ese movimiento. De ahí, salta a la antropología, a la historia, a la poesía y vuelve a la rana para descubrir que ya no está. Así es la naturaleza que descubre la escritora norteamericana: muestra y esconde a su antojo. Dillard, que está ahí, siempre atenta, convierte el salto de una rana y el correr del agua de un arroyo en espectáculo.
De ella se ha dicho que es la auténtica heredera (entre hombres) de Henry David Thoreau. En este libro que ahora publica en España Errata Naturae y que recibió el Premio Pulitzer de Ensayo, habla de la belleza y la crudeza de la naturaleza; un diálogo que Dillard no solo explica, sino que la acaba atrapando hasta mimetizarse con su entorno. Ella se imagina como un ser arbóreo vulnerable, sin corteza, convive con las arañas y no sale de casa sin su kit para picaduras de serpientes.

Lo más remarcable de su escritura es la capacidad de observación. Dillard va destilando en minuciosas y poéticas descripciones todo lo que ve. A esa capacidad de observación se une una capacidad de asombro que la mayoría hemos ido perdiendo al crecer.
Decía Kapuscinski que el buen periodista es aquel que conserva intacta su capacidad de asombro, lo cual es aplicable a una escritora que se dedica a observar la naturaleza para contar lo que no todos pueden percibir. Annie Dillard reconoce que vive obsesionada por asuntos que al resto de la humanidad no le interesan. «Es como si yo tuviera un órgano del que los demás carecen, una especie de máquina de trivialidades». Y lo disfruta.
¿Cómo recuperar el asombro? ¿Cómo volver a ver como si fuera la primera vez? ¿Se puede volver a mirar el mundo de la manera en que lo hace Annie Dillard, igual que una niña atónita ante el espectáculo del mundo? De las pistas con las que la autora va regando Una temporada en Tinker Creek, se pueden extraer algunas enseñanzas para recuperar el asombro infantil.

1. Presta atención a lo que aparece y desaparece: es lo que la naturaleza esconde

Lo que mantiene más atenta a Dillard es lo efímero. El rayo verde que dura dos segundos en el cielo y desaparece, la capacidad del invierno para mostrar «lo que el verano oculta» son dos aspectos de la naturaleza que le fascinan. Las Perseidas la sumen en la tristeza porque es imposible captar todas las señales de la naturaleza: «me paso el día entero lamentándome por las estrellas fugaces que me estoy perdiendo».
«Un pez lanza un destello y se disuelve en el agua ante mis ojos como un puñado de sal. Según dicen, los ciervos ascienden al cielo físicamente y la oropéndola más brillante se desvanece entre las hojas. Esas desapariciones me asombran y me sumergen en un estado de quietud y concentración; dicen que la naturaleza se oculta con indiferencia y que la visión es un regalo deliberado, la revelación de una bailarina que retira sus siete velos solo para un par de ojos. La naturaleza desvela tan bien como esconde: ahora no lo ves, ahora lo ves.»


2 . Mira el mundo como si fuera la primera vez

Stanley Kubrick dijo en una entrevista que, si bien el niño al madurar descubre el sinsentido de la vida, siempre puede recuperar algo parecido a la capacidad de asombro. En cierto modo: «Tal vez nunca podrá reapropiarse de aquel sentido puro del asombro, pero puede moldear algo mucho más permanente y sustancial».
Eso es lo que hace Dillard: sin dejar de ser consciente del riesgo de vivir, de la muerte ineludible, aprende a mirar como una niña o como quien ve por primera vez. Mientras escribía Una temporada en Tinker Creek, descubrió en otro libro cómo era la experiencia de ver por primera vez a edad adulta y quedó deslumbrada.
«Di por casualidad con un libro maravilloso de Marius von Sender que se llama Space and Sight. Cuando los cirujanos occidentales descubrieron cómo llevar a cabo operaciones de cataratas de forma segura, recorrieron Europa y América operando a docenas de hombres y mujeres ciegos de nacimiento de todas las edades. Von Sender recopiló los informes de los casos; son historias fascinantes», escribió.
Lo que le impactó fue el descubrimiento de que «algunas de las personas que ven por vez primera hablan del mundo en un tono positivo y nos enseñan lo gris que es nuestra visión».
En paralelo al asombro discurre el interés. La escritora tiene su propia técnica para recuperarlo del olvido. Lo único que necesita es dejar volar la imaginación y, así, el interés acaba regresando. Así lo cuenta ella:
«Cuando pierdo el interés por un pájaro concreto, intento retomarlo mirándolo desde uno de estos dos puntos de vista: bien imagino neutrinos atravesando sus plumas, su corazón y sus pulmones, o bien me remonto en su evolución y me lo imagino como un lagarto.»

3. Habla mucho y habla del clima

La cajera del supermercado se despide diciendo: «Pues se nos ha acabado el buen tiempo, ¿eh?». En Galicia, donde existen más de 70 palabras para nombrar la lluvia, el clima es un tema de conversación importante. El cielo es distinto, la luz es distinta, las nubes ahora mismo se mueven a una velocidad inusitada. En todo el mes, solo ha llovido una vez en Santiago de Compostela, la ciudad en la que más llueve de España. El clima en Galicia merece atención.
Alguien dijo en una película que el clima es un tema de conversación importante en Finlandia. Dicen que, para hablar con fineses, hay que estar preparado para tratar el tiempo durante largo rato. Puede parecer una conversación banal y forzada, vacía e incómoda, propia de ascensores. En Galicia y en Finlandia, parece más bien una cuestión cultural.
Para Annie Dillard, hablar mucho es importante («no es que sea observadora, es que hablo mucho»), pero hablar del tiempo es esencial en Galicia, en Finlandia y en Virginia: «Hay siete u ocho categorías de fenómenos en el mundo de los que merece la pena hablar, y uno de ellos es el clima».
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4. Observa hasta desplomarte

Para Annie Dillard hay dos tipos de observación. La más básica, que todos conocen, y «otro tipo de visión que implica dejarse llevar». En el segundo caso, dice, se tambalea, se queda paralizada y vacía. Para diferenciarlas, pone un ejemplo muy gráfico: es como pasear con una cámara o sin ella.
«Estoy mareada, me desplomo. Esta tarea de la observación tiene sus riesgos.»

5. Fúndete con la naturaleza: sé un árbol

Dice Dillard que es en invierno cuando ella florece en el interior («me encierro para abrirme»). Al llegar la noche, lee y escribe, y es entonces cuando todo aquello que no logra entender se abre ante ella: «Recojo la cosecha de lo sembrado durante el resto del año».
Parte de este proceso consiste en dar forma a una peculiar convicción: creerse que es un árbol, «tanto en el fondo como en la forma, un árbol, tal vez un árbol muerto, incluso uno tambaleante, pero al fin y al cabo una criatura arbórea».

6. No salgas de casa sin el kit de mordeduras de serpiente

Aunque Dillard quiere ser árbol, es consciente de sus limitaciones y de lo que la hace vulnerable: «La regla general en la naturaleza es que los seres vivos son blandos por dentro y duros por fuera. Nosotros, los vertebrados, vivimos en un riesgo continuo y somos dignos de lástima, como árboles desprovistos de corteza».
«No, lo importante no es solo que el tiempo vuela y que nosotros morimos, sino que vivimos en esas condiciones de riesgo y que, durante ciertos momentos inexplicables, tenemos el privilegio de ser conscientes de ello.»
Es importante que asumamos que vivimos con el riesgo permanente de morir en cualquier momento para apreciar lo que nos rodea. Por ello, Dillard asegura que nunca sale de casa sin un kit para mordeduras de serpiente.

7. Aprende a convivir con las arañas

Annie Dillard aprendió a convivir con las telarañas y solo las quita cuando las descubre excesivamente sucias, «pero nunca antes de que la araña se haya puesto a salvo». Para facilitarles la vida, siempre deja «una toalla colgando de la bañera para que las arañas grandes y peludas, que se quedan atrapadas en la bañera porque no pueden trepar por los laterales resbaladizos, puedan utilizarla como rampa de salida».

8. Aprecia la sombra

La sombra se sitúa entre la luz y Annie Dillard para definir lo real. Frente a los que «condenan la escultura porque proyecta sombras», Dillard defiende la existencia de estas «manchas oscuras».
Las sombras tienen una labor fundamental: «considero que aportan cierto sentido a la luz, le proporcionan distancia, la ponen en su lugar. Informan a mis ojos de que me encuentro aquí —aquí, oh, Israel—, en la escultura defectuosa del mundo, en la sombra parpadeante de la nada que hay entre la luz y yo».

9. Asume que estás huyendo

Que todos huimos del cuerpo es un tema que ha analizado a fondo Santiago Alba Rico en su excelso ensayo ‘Ser o no ser (un cuerpo)’. Según Alba Rico, huimos del cuerpo a través del propio cuerpo, a través de otros cuerpos (mediante el diálogo) y a través de la tecnología.
Dillard es consciente de esta huida constante, la acepta y busca el porqué: «Permanecí de pie, sola, y el mundo se sacudió. Soy una fugitiva, una vagabunda, una residente en busca de señales».
Para ella, las personas vivimos a la deriva y «somos supervivientes apiñados sobre los restos de un naufragio». Esa conciencia del naufragio es para Dillard lo que nos hace huir, lo que provoca pesadillas y lo que nos lleva a comer con voracidad y a dormir «con la boca llena de sangre».

10. No tengas ninguna certeza

Mira al cielo y pregúntate para qué. ¿Para qué se mueven los planetas y las estrellas? ¿Para qué existen los insectos? ¿Para qué cantan los pájaros? Antes de dudar, crea un relato:
«Hoy es el solsticio de invierno. El planeta se inclina al máximo con respecto a su estrella, escora y sostiene su giro en una tensión equilibrada entre el viraje y el anhelo, da vueltas sobre sí mismo, abandonado, exaltado, oscilando en esa caricia veloz y centelleante. Anoche Orión saltó y se propagó por todo el firmamento, pagano y lunático, con el hombro y la rodilla en llamas, con la espada de tres soles desenvainada, ¿para qué?».
Al mirar, recuerda las palabras de Annie Dillard: «Con todos los años que llevamos en la tierra, aún no estamos seguros de por qué cantan los pájaros».

[Fuente: www.yorokobu.es]

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